EL AMOR, EL ODIO Y LA ESPERANZA
Simón Petit
De la montaña ideológica
quedó una frase de divinidad sustantiva:
el Hombre es una fuerza que ama.
Andrés Eloy Blanco
Baedeker 2000
Vivimos en Venezuela -y nadie lo discute- tiempos de convulsión. Una situación generada desde la intolerancia por distintas circunstancias y básicamente con intenciones nada favorables al pueblo que, en medio de la contienda, es quien más paga las consecuencias, sea afecto al gobierno o de oposición.
Es más que evidente el capricho egocéntrico y harta obsesión de los mismos personajes de la IV república, quienes a pesar de sus fracasos y en su insistencia de ser gobierno, ha desestimado el sentido común que por naturaleza propia el pueblo venezolano está acostumbrado a ejercer, como es el de esperar el tiempo de elecciones y decidir quién gobierna y quién no. Por ejemplo como lo hizo el 6D del 2015 y que, a decir del refrán popular, los dirigentes opositores se empalagaron con esa miel que no supieron manejar con “política” la administración de esa poderosa herramienta que es el poder legislativo a través de la Asamblea Nacional.
Son tiempos en los que en oportunidades gana la confusión y en otras la razón. Lo peligroso de todo esto son las teorías de filósofos escritas hace algún tiempo y que desempolvadas en su conveniencia (la Teoría del Caos), el laboratorio del Pentágono aplica no sólo ahora en Venezuela sino con anterioridad en Siria, Libia, Egipto, Ukrania y Turquía. Un ejemplo de ello, es la posverdad que en su concepto se define como la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. Así entonces, se crea aquello que también se conoce como el mundo al revés, donde un muerto justifica la lucha, y que a decir de Oscar Wilde “El morir por una causa no significa que esta sea verdadera”, a lo que yo agregaría: y matar a un semejante para justificar la misma no te hace un héroe.
Se dice que quienes están en las calles protestando “pacíficamente” se han ganado la gloria y quienes dirigen esa lucha tienen reputación. Tal confusión en torno a estas dos palabras se plantó desde el principio en la discriminación, subestimación y racismo hacia la Revolución Bolivariana. Los chavistas son tan brutos, tan niches, tan falta de preparación, que tienen 18 años tratando de salir de ellos y no han podido.
El escritor argentino, Esteban Echevarría, nos dice que hay grandes diferencias entre la gloria y la reputación. “La gloria es la riqueza del grande hombre adquirida con el sudor de su rostro… Grande hombre, es aquel que el dedo de Dios señala entre la muchedumbre para levantarse y descollar sobre todos por la omnipotencia de su genio…
La reputación, es el humo que ambicionan las almas mezquinas y los hombres descorazonados… El que quiere reputación, la consigue. Ella se encuentra en un título, en un grado, en un empleo, en un poco de oro, en un vaivén del acaso, en aventuras personales, en la lengua de los amigos y de la lisonja rastrera…y en un día se convierte en humo, polvo y nada”.
De manera que, si a ver vamos, entre gloria y reputación, la diferencia se manifiesta en el amor a lo que haces y la entrega de ese amor al prójimo, que es decir, el pueblo.
Resulta paradójico que quienes siempre han hablado y escrito que el chavismo es odio y resentimiento son quienes en la práctica lo ejecutan, mientras que a viva voz, tanto Chávez como Maduro, han desarrollado incluso campañas publicitarias para que entre los venezolanos exista el amor y la concordia y así entonces seguir avanzando con el proyecto de país, aprobado en la constitución de 1999.
Siempre tengo presente esa frase del Ché: “el vedadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor”. Y es cierto, si no se ama lo que hace es porque en el fondo no hace lo que ama. Muchos son quienes dicen amar a Venezuela y gritar el lugar común de “entregar su vida por ella”. Habría que ver realmente dónde está la verdad y dónde la mentira. La verdad de amar, sustentada en principios y valores, no está en los labios. Desde el corazón, el pueblo sabe quién le ama y quién se aprovecha de él.
Estos tiempos han servido para definirnos en medio de la crisis. La crisis en su esencia es una oportunidad. Amor y odio, son caminos que nos llevan a dos escenarios: la paz o la guerra. Hay quien justifica que para tener paz hay que hacer la guerra. Sun Tzu dice que la mejor guerra es la que se evita en paz. Pero la esperanza, como dice el saber popular, es lo último que se pierde. Y la esperanza está en nosotros, en nadie más. Confío definitivamente en el hombre y la mujer de mi patria que buscan los senderos de la paz y la armonía. Los que visualizan el progreso en su más limpio y literal concepto. Un progreso que disfrutaremos a futuro, ojalá estando nosotros aún, o con su justo valor, en la sangre de nuestra sangre.